lunes, 4 de abril de 2011

EDUCAR ENTRE REJAS

     Eran las nueve y media de la mañana de un día invernal espléndido. El sol traspasaba los cristales y un murmullo de personas se oía al fondo.
   -¡Hola, buenos días!  ¿Me ha llamado…?
   - Sí ¿Qué tal estás?
   -Bien,  bueno… bien es un decir  -añadió con rintintín.
   . Oye, escucha,   me llamo Arturo soy uno de los maestros de aquí y a todos los reciéningresados os veo y compruebo el nivel cultural que tenéis, luego,  si lo creo conveniente te aconsejaré algunas actividades escolares que mejoren tu educación ¿vale?
    - Como usted quiera  -contestó

       Al tomarle la filiación me dijo que se llamaba Alonso y que no tenía domicilio.  Su mirada extraviada y perdida  había dejado de seguir a los objetos y a las expresiones más o menos humanizantes que pude hacerle.  Comprobé que llevaba varios años en prisión y que su estado académico, físico y psíquico dejaban mucho que desear.  Le propuse asistencia escolar y le recordé que la Escuela de este centro pone a su disposición todos los medios para que el tiempo que permaneciese aquí lo pudiese aprovechar en su propio beneficio.  El asentía en todo momento y me comprendió.  Le advertí que no olvidase que la participación en actividades conllevaba un triple objetivo: su riqueza personal, el acortamiento de la estancia en prisión y el alejamiento de la monotonía televisión-patio y… le dije además… “Piensa Alonso que, cuando se habla de  reeducación el verdadero protagonista de ello eres tú, nosotros solo ponemos los medios para ayudarte, pero para ello has de ser tú quien lo quiera conseguir”.
- No se preocupe, Sr. Maestro,  ¿cómo ha dicho que se llama…?
- Arturo  -contesté.
     - No se preocupe  Dº Arturo que yo sé que necesito la escuela y yo vengo mañana a la hora que me ha dicho –contestó de forma tajante.
       Pude adivinar en él una mirada de compromiso que se tornó en esperanza y que sellamos con un saludo frío y protocolario.

     Al día siguiente Emilio Sobrado Buendía, alias El Tigre acudía a clase después de darse de baja en talleres.  Las esperanzas que puse en él hace dos meses se habían truncado tres semanas atrás, me vi. en la obligación de aceptar su baja escolar por más que no me convencieron las razones laborales y económicas que  me dijeron.
     -¿Cómo tú por aquí?  -le pregunté con curiosidad
-Ya ve…estoy de vuelta.
-¡Que duro es el trabajo!  -exclamé.
-¡Y que duro es volver a la Escuela  -dijo Buendía con ademanes de sosiego y aplomo.

     Mientras tanto Alonso y otros tantos ansiosos por no sé el qué transitaban  sin cesar los pasillos abriendo y cerrando las puertas de las aulas como queriendo calmar su agitación constante y rutinaria.   Al fin, se hizieron las diez y pudimos comenzar, aquella mañana el sol creaba un ambiente grato y aunque la calefacción comenzaba a descender, los ánimos parecían acompañar por más atropellos que se oyesen de la administración de justicia.
     - ¡A ver Pascual!  ¿Qué dijimos ayer?
- No lo sé, tuve que ir al hospital
-¿Al Hospital?  -rememoré
- Sí, sí… -insistió él con rotundidad.
-¡Pero si eran la una menos cuarto cuando marchabas!
- Sí, pero tuve que estar pendiente  toda la mañana para que no esperase la policía.

     Por supuesto no le pregunté porqué no sugirió que debía de asistir a la Escuela hasta la hora del traslado.  En ese mismo momento se oyó un sonido fuerte y estridente que interrumpió en el pasillo largo el transitar a vahídos de hombres enfermos y deprimidos como queriéndoles asustar para que revivieran y oyeran anunciar  un tal “García no sé el qué…., que baje al centro”.
- Bueno, no nos entretengamos más –anuncié con insistencia.
     - Vamos a trabajar las Fracciones equivalentes, pasaré lista un poco más tarde, siempre tengo tardones.
     Otita ha abierto la puerta y trae en la mano una manzana; por supuesto la carpeta prefiere dejarla en la Escuela ya que no es muy responsable  y si alguna vez lo ha hecho ha acabado sin carpeta, nunca supe si por descuido o por comodidad.
     - ¡Ya era hora que llegases, llevamos en clase  más de tres cuartos de hora chaval!
- No me han abierto antes Arturo –aclaró con una mueca de comprensión.
- Si hubieses estado aquí a las diez no te hubieran tenido que abrir –le recriminé.
- Sí, pero es que soy el limpiador de mi brigada y no vea usted como está.  ¿Sabe la cantidad de basura que he retirado? y…¡lo guarra que es la gente! ,además,  hasta de ahora no me han abierto ¿qué quiere que haga yo?
- ¿No sabían que tenías que asistir a clase? –insistí.
     - A decir verdad Dº Arturo, no, creo que no.  Mientras contestaba se adivinaba en él cierta sinceridad y ternura y con ello me confesó que si desempeñaba la limpieza le ofrecerían un destino renumerado; ante ello le contesté:
-¡Pero… si tú andas tan mal en el cálculo elemental, redacción...., si la actividad escolar es prioritaria para ti…!-intente argumentarle con cierto desaliento.
-¡Ya.., ya…! pero busco lo que busco –dijo en tono frío y desafiante.
Pensé por un momento que era un egoísta, vamos… como todos.  No quise seguir interrumpiendo más la clase y le indiqué que se sentara,  los demás hablaban como cotorras y se distraían con facilidad.
Dos fracciones son equivalentes cuando representan el mismo valor con término diferentes –remarqué.
- ¡Emiliano! ¿Qué decíamos que era el valor de una fracción?
-¿Valor, Sr. Maestro? –contestó con cierta guasa.
     - Valor el que hace falta para estar aquí, ¡no me dan nada! Y eso lo sabe usted muy bien –dijo mientras me apuñalaba con la vista.
- Acaso no os dan créditos  -pregunté con ahínco.
- ¡Sí! Pero por la Escuela no me han dado nada. ¿Qué pasa con la nota meritoria que me dijo que me daría si aprovechaba el tiempo aquí?

     Quedé perplejo cuando me mostró un papel donde le había sido canjeado el esfuerzo escolar por una llamada telefónica, cuestión que no necesitaba y que consideraba una miseria para un trabajo tan prolongado. ¡Hay veces que uno sabe la verdad pero para no discutir prefiere no decirla!

     Falta media hora para acabar la sesión, parece que el proceso de la clase se ha reconducido, el trasiego de los deambulantes ha cesado, las manivelas y picaportes han dejado de chirriar y el alumnado está concentrado, ante la pizarra un problema más.  El resbalón de la manilla se corre y tras el la figura imponente de un ordenanza con voz de tenor educado requiere a Adolfo Villartza para hablar con Dº no sé quién, el alumno muestra cierta indiferencia y rehusa levantarse alegando que ya irá cuando acabe la clase; el ordenanza le recuerda que va a marchar quien lo llama y que se debe dar prisa sino quiere perder la oportunidad, como intentando decirle “hay llamadas que no pueden ser ignoradas” o que el trabajo de los otros es más importante que el que uno hace todos los días.

     La clase ha acabado, bajo las escaleras y oigo el chirriar de los cerrojos y las cancelas;  en un rincón un hombre hambriento a base de renunciar a la ración diaria come un bocadillo sin cesar, de refilón veo el pasillo lleno de gente, entre ellos a Adolfo y Otita y muchos… muchos más.

     -¡Hasta luego maestro!
     -¡Hasta luego!  -contesto.

     Al final de la escalera un muchacho inquieto me aborda y me pregunta si podrá hacer el curso de Reinseción sociolaboral , soy parco en palabras y explicaciones, estoy cansado, asiento con la cabeza y no le quito sus ilusiones aunque no puedo informarle bien pues desconozco el perfil  de los candidatos o la finalidad misma del curso.

      Me voy por el pasillo y me pierdo pensando si no sería mas provechoso que pusiéramos en práctica nuestros programas individualizados, nuestra observación , nuestro trabajo día a día donde además de un diagnostico haya un tratamiento más personalizado y reeducador, quizá el día que nos creamos esto hayamos comprendido que este mundo tan sombrío tiene un poco de sol.

                                                                              
                                                                                  Arturo
           

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